lunes, 18 de diciembre de 2017

LAS CRUELDADES DEL FRANQUISMO Y UN CASO DE HONRADEZ.


     En la primavera de 1948 llegó a Villalpando, desde Benamejí, un joven, ella andaría por los 25 años, ahora es tatarabuela, matrimonio. Traían tres niños pequeños, la menor de tres meses, y habían dejado al primero con los abuelos paternos. Traían también a una ancianita, abuela de ella. Se alojaron, en principio, hasta que encontraron casa (entonces casonas y casuchas estaban todas ocupadas) en "ca" la "señá" Maximina, "la Cabrita". Lo de aquella casica, era un milagro. No sé cómo se podía meter allí tanta gente. Y sin agua corriente ni aseos. Un cacho corral con gallinas recicladoras, y el pajar sin salida. La paja se metía por el portal.

    Él vino de oficial al Juzgado Comarcal. Con ese escaso sueldo, como  único sustento, había de arreglarse aquella familia. Era un hombre serio, muy poco hablador, por lo que en aquí enseguida lo bautizaron: "Nohabla".

   Entonces existían en el pueblo dos Juzgados: el Comarcal y el de Instrucción y Primera Instancia. El primero era para los juicios de faltas y los asuntos menores. Imagínense  el dinerillo que podría haber en el mismo. Lo metían en una caja de puros en el cajón de una mesa, al alcance de todo el mundo.

    ¡Bueno!: pues faltó, no sé cuánto, cuatro perras de ese dinero. Le echaron la culpa a "Nohabla", Él, como era tan tímido, ni siquiera se defendió. Lo expedientaron y pusieron en la calle.

    ¿Se dan cuenta de la tragedia para esa familia que, por entonces, ya habrían tenido otros dos críos (Otros cuatro nacieron en los nueve años de estancia en la Villa), cortados totalmente sus únicos ingresos.  Entonces no había subsidio de desempleo, ni Caritas, ni na de na. Lo único el comedor de Auxilio Social, donde a los niños pobres les daban una comida diaria.

    Ella, Pilar "la andaluza", además de guapa, era animosa y valiente, se puso a trabajar en lo que le salía, que por aquel entonces eran los trabajos en el campo. Él, endeble físicamente, cuidaba a los niños. A lo que más anduvo fue a la remolacha, tanto al entresaque, época en que al menos no se pasaba frío, como al pelado y amontonado. Ello se hacía a partir de noviembre.

     Salgamos una mañana como hoy, bajo cero y pongámonos a pelar remolacha. Y menos mal si no se tiraba la niebla.

     Entonces la remolacha se sacaba a mano. Tres o cuatro hombres jóvenes la iban arrancando con el gancho, una azada de dos púas; golpe, tirón o palanca y remolacha fuera. Detrás iban mujeres o muchachos, provisto de un cacho de hoz, cogiendo cada una del suelo, tuviera o no escarcha, cortando la hoja, quitando el barro y echándola en montones.

      Se abrigaban todo lo posible, sin usar pantalones, por supuesto. En las manos se ponían manoplas de lana, pero aún así los sabañones en manos, orejas y pies eran inevitables.

     Estas penalidades se las oído contar a ella en las antigua tertulias en casa de Carmen, Nana y don Primitivo.

     Fue precisamente esta familia, la de entonces mi tío Paco "el carretero", quien les dio el poco cobijo que pudo, que ellos tampoco andaban sobrados.

     Pilar sabía de modista lo suficiente para confeccionar la ropa de sus hijos.  Había traído de Benamejí un tesoro en aquellos tiempos: una máquina de coser.

     Cuando la cosa se puso tan mal, tomó una decisión heroica: vender la máquina de coser. Carmen Gutiérrez, su samaritana, se lo dijo a tía Lola, quien me lo contó hace unos días.

    -Mira: Pilar vende la máquina, pero le tienes que dar DOS MIL PESETAS.

    -Cara me parece¡ pero si tú lo dices, ¡Bueno!¡Pues vale!

      "La andaluza" puso una condición: que le diera mil pesetas en mano, y las otras mil quedaran a cuenta de pan, de la panadería del Sr. Benigno, el padre de Lola.

       Por entonces Pilar, además, comenzó a trabajar en el comedor de Auxilio Social. Ya comida no les faltaba y dinerillo para pagar el alquiler de la casa. Además podía usar la máquina cuando lo necesitara.

       Pasaron unos años: se había muerto la abuela, venido el niño mayor, y nacido otros cuatro. Es entonces cuando él encuentra un trabajo de administrativo, creo en una empresa pesquera, en Cudillero, Asturias. Y emigran. Allí nacen los tres últimos: once en total. Ahora asturianos pero sin perder el apego a Villalpando. 

      La cuenta del pan, en el cuaderno del Sr.. Benigno, quedó en números rojos, con un saldo negativo de 600 pts., que éste dio, como en otros casos, por perdidas.

      Pasados unos meses, eran vísperas de Navidad, ya posiblemente trabajaran algunos de hijos mayorcicos, le avisan al panadero de correos. Le había llegado un giro.

      Va a recogerlo el hijo, Justo "el panadero": SEISCIENTAS PESETAS que le enviaba Manual Leal,  desde Cudillero.

      Me parece que es una bonita historia navideña. Estas cosas son para mí la Navidad, y no la decoración  de Carmena en Madrid.

     

     

   

 

   

   

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