Este
pueblito, cuyo adobe y tapial, ahora arroñado o cubierto de “caravista”,
mudéjar en las solariegas, emerge en la
ladera de “La Lomba” que limita al “pando” por el Norte, rompe un poco la adustez
de “Tierra de Campos.
Lo
conocí con los majuelos, que iban a
vendimiar muchachos de Villalpando, por los caminos de Villalobos y Cerecinos,
casi pegando al pueblo. Además
linderones, zarzas, josas, y las alamedas, (una pegando al pueblo, con la
fuente que lo surtía de agua) lo hacían ameno.
Desde la
portalada de su iglesia, elevada sobre pequeño promontorio, protegida por
pretil, se divisa por el sur, el este, y un poco del oeste, toda la llanura que
llega hasta “los rasos”: campos y pueblos:
su hermano y próximo Quintanilla del Olmo, la del Monte, Villamayor, y
la villa, a la que cuando van, dicen: bajo a Villalpando.
Me
encantaba cada primero de mayo, coger la bici y
“subir” a Prado a ver los partidos de pelota. El frontón, como en
Tapioles, en Cerecinos…, es el centro del pueblo. Ocupa un escalón inferior al dicho
promontorio de la iglesia, en el cual se apoya. Por detrás la humilde espadaña
de arenisca, aún ocupada por campanas y cigüeñas.
Precioso
el escenario cuando los tractores, todavía, no habían echado a la gente de los
pueblos, cuando había niños, escuela, maestro, cura, mozos y mozas, baile,
comedias, pelota…
Este
deporte autóctono (sí, sí: a la pelota en frontón, sin pared a la izquierda, se
ha jugado toda la vida en Castilla y León), era la gran diversión durante todo
el año, y uno de los ingredientes principales de la fiesta de cada pueblo:
Misa, buena comida, campeonato de pelota y baile con orquesta, aunque fuera de
pachín, pachá.
Cuando no
había hinchas del Madrid, ni del Barcelona, cada quien lo era, por eso de la
honrilla local, de los pelotaris de su pueblo. No se necesitaban vuelos
“chárter” para seguir a su equipo. Bastaban el burro, la bici o la alpargata.
Así cada “Sanuno”, San Antonio, San Pelayo, la Virgen de los Rayos., no cabía
el personal.
Necesaria
la presencia de la Guardia Civil, quien, junto con el cura, si llegaba el caso,
resolvían las discusiones y las broncas sobre si votó en la raya, marcada sobre
el suelo, o sonó la chapa. No había arbitro. Si acaso el maestro sacaba la
pizarra de la escuela e iba anotando los tantos. No vean con qué pasión se
seguían los partidos.
De entre
los jugadores veteranos que recuerdo de Prado deseo mencionar a Quico, un
albañil con bigote, habilidoso, buena persona. Su hija pequeña amiga íntima,
desde la escuela de nuestra Belenita. Recuerdo también a Esteban de Vega de
Villalobos, quien deseo se recupere del grave accidente.
Todavía en
los años setenta, había suficientes muchachos en Prado para formar cuatro
equipos, generación de adolescentes entonces de donde salieron los tres que le
dieron gloria deportiva al pueblo: los hermanos Conejo y Jaime, el sobrino de
don Miguel el cura. Uno de aquellos, el que más destacaba, “El Chato”, murió
prematuramente en un accidente.
Aquel
deporte rural de manos encallecidas por la azada, la mancera, la llana.., fue,
como los pueblos, declinando. No desaparecieron del todo sus practicantes, si
bien repartidos salpicando estas provincias. A los Ricardo Ferrero, el famoso
“Rubio” de Zamora, Antonio Rodríguez, “Peregil” de San Agustín, Luis Alonso,
José Luis Rodríguez, de Argujillo, le siguió lo mejor, junto a Ferrero y
Peregil, que ha dado la pelota zamorana, el malogrado Juventino Jodra, de
Torres.
Con los
nuevos frontones, algunos incluso cubiertos y con gradas, contando con
pelotaris foráneos, la pelota en nuestra región no ha muerto del todo. En
Zamora, hasta hace muy poco, hemos tenido una pareja puntera a nivel regional:
Miguel-Ángel Gallego, de San Esteban, y Javi, el guardia de Burganes.
Ahora
unos pocos amantes de las tradiciones, quienes todavía se atreven con los
ganchos, las voleas y el sotamano, no quieren dejar morir la pelota en los
pueblos.
Oscar, el pequeño de Sindo de San Esteban,
quinto y amigo de mi hijo David, anda ahí, a nivel oficial, poniendo tiempo y
dinero en ese empeño. Jaime y Pipe de Cerecinos, ambos casados y viviendo en
Gordoncillo organizaron, perdido desde hace varios años, el festival de pelota de éste, en Prado. Me
invitaron. Pensaba ir. Fue bonito, aunque aquello no estuviera lleno (quedan
durante el año, 60 personas en Prado).
Admiré como corren, lo
bien que le pegan dos veteranos, pareja campeona de Castilla y León, por los
años 80, Ferreruela y García, si bien ayer en equipos contrarios. Uno de
Valladolid: Ferreruela I, II y III. O sea, el viejo gitano, “cincuenta y ocho tacos y to la vía en esto”,
y dos de sus hijos. En el otro, además del citado García, -Sesenta voy a
cumplir”, (boticario en Campaspero), el
Oscar promotor, y Mata, un muchacho joven, creo también gitano, de Benavente.
Los
organizadores me invitaron al
“refresco”. Así conocí al alcalde, un muchacho de “me vuelvo al
pueblo”, bisnieto del Sr. Zenón Gangoso, el anciano con quien más me gustaba
conversar cuando de mozo iba con la bici. Y resulta que su novia, luego llegó y
charlamos, es hija de Fernandito, el de la luz.
Por allí
andaba el Diputado provincial y cuatro o cinco alcalditos peperos con quienes
intercambié un simple “dao de cabeza”.
Lo mejor
con los gitanos, a quienes me presentaron como un reportero. Con el pelotari
patriarca y su historial desde niño en el trinquete de la calle Expósito. No
tendré problema con la etnia en Valladolid. Diré soy amigo de Ferreruela. Otro
más joven se arrancó por Farina. Algo le ayudé en el “Salamanca tierra mía…”
Con Oscar
la parleta (tierras, sembraos, novías, cotilleos, parejas..) continuó hasta las diez y
media. Se nos hizo de noche dentro de su cochazo, hasta que hacía mucho un rato que
todos se habían marchado. Allí, en medio del silencio, su “haiga” y mi “Panda”.
Dejé se
fuera. Me quedé un rato en la plaza. Sólo cruzó un gato solitario. Me imaginé
la alegría, el bullicio, a las mozas tan requeridas; las notas de “Los Gelasios”.., hace cincuenta años.
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