Desde la
cuesta divisó el poblachón de adobe y tapial del que emergían los torres de sus
iglesias, aún no estaba el silo. Las casas apiñadas en torno a éstas. Observó
rastrojos, barbechos, en trocitos de tierra, alguna viña, dispersos pequeños rebaños;
vio mujeres que traían un saco acuestas, algún madrugador carro con trigo a la
comarcal…
Aflojó mucho
la marcha al llegar al “Mesón de Vencejo”: las eras de que le hablaba su padre.
En alguna todavía estaban trillando, en otras varios hombre trajinaban
alrededor de las limpiadoras. Él nunca había conocido los trillos en su país,
sino máquinas trilladoras y limpiadoras al tiempo.
Siguió por
la carretera. Preguntó por Francisco Gutiérrez. No le dieron respuesta. Después
la mujerica dijo: -“que me via preguntao
por Paco el carretero”. Ve venir a una mujer lozana, joven, fanfarrona
(este adjetivo, referido a mujeres, se utiliza en Villalpando para designar a
las buenas mozas, sin cariz despectivo, sino al contrario). Le repite la
pregunta.
Se le queda
mirando, le encuentra parecido con Antonio, su marido, además el deje: -
¿No será usted de los Chimeno Modroño de
la Argentina?
-Vos sos de la familia.
- Pues mira, ya le
tuteó, soy Lola, la mujer de tu primo
hermano Antonio.
Pueden imaginarse la
emoción: besos, abrazos, lágrimas…
-Tirad detrás de mí. Ahora iba a
casa de mi suegra. Me adelanto para que no le coja de susto, pues padece algo
del corazón. Paco vive a la vuelta con sus dos hijas. Los tres varones andan
por ahí.
Salen mi
abuela María, mi tía Petra, Antonio y David que estaban destilando “madres” en
la aguardientería. Vienen mi tío segundo Paco, sudoroso de haber estado “metiendo
aros”, Carmen, Nana…
Tito había
nacido seis años después de la salida de allá de mis abuelos. Lo primero que
hace es pegarle una bronca:
-¡Ahora venís, cuando ya no hace falta!
Se refería a las
dificultades sufridas por la familia Gutiérrez Chimeno, por la penosa, larga
enfermedad, cuando no había seguridad social, y fallecimiento de Patrocinio. Además, con la
otra María, madre de Tito, la cosa no había quedado “muy católica”.
Se olvidó de
todo. Lo abrazó y rompió a llorar, llorar…
Pasado el “apipón”,
se plantó. Carmen y Nana, muy jóvenes, apenas si ofrecieron resistencia: Tito,
Rosita y Manuela hubieron de hospedarse en esta casa, que era la de los
Chimenos.
Sobre esa
primera estancia en la villa, he de contarles peripecias y sucesos importantes.
Será, s. D.
q., en el próximo capítulo.
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