OTRA
MONJICA MENOS. (I)
Se llamaba
sor María de la Encarnación Flórez Núñez. Había nacido, y vivido hasta que vino
al convento, en una aldea de El Bierzo el año 1923, entrado en este convento de
clausura a los 20 años, allá por 1943. Luego, más de 72 años de su vida han
transcurrido entre estos muros.
De aquellas
aldeas y pueblos, con tantas familias numerosas, procedían las vocaciones,
motivadas por el ambiente religioso que en ellos se respiraba, y también por la
falta de otro horizonte vital, en aquella España pobre, como una forma de
asegurarse la subsistencia.
Por
supuesto, dado lo dura que era la vida en el convento, si no existía la
vocación religiosa, no era fácil soportarlo.
Cuando
algunas noches, en el despertador de la cocina, veíamos que ya pasaba de las
doce, porque nos habíamos quedado oyendo la radio, o leyendo, o jugando a las
cartas, decía mi abuela: -Venga, a la
cama, que todavía tocan las monjas a maitines y nos pilla levantados.
Esa campana las sacaba de la
cama, único sitio caliente del convento, a la una de la madrugada. Se habían
acostado después del último rezo, para el que también oíamos la campana a las
nueve de la noche.
Congregadas las
veinte y pico clarisas, desde sus celdas, a través de los largos, altos,
oscuros, lóbregos, fríos pasillos en el coro alto de la iglesia, rezaban los
maitienes, puede que durante media hora, y volvían a la cama. A las seis de la
mañana volvía a sonar la campana, para levantarlas de nuevo. A las seis y media
para la primera oración del día.
Por aquellos
años la clausura era muy rigurosa. Creo que no salían ni para ir al hospital.
Nunca las veíamos. A misa asistían desde el coro alto de la iglesia, el que
tiene la reja con pinchos hacia afuera; ninguna mujer podía traspasar la puerta
de la clausura. Toda la comunicación lo era a través del torno.
Los hombres, en caso de necesidad, sí podíamos entrar en el convento: los albañiles, el hortelano, el médico y practicante, el veterinario, el matanchín y sus ayudantes en el mondongo… Recuerdo que teniendo servidor 18 o 19 años, debió ser cuando D. Valentín, el cura de La Ventosa, les instaló el trabajo de elaborar las “formas”.
Traían la harina, como era entonces, en sacas de 100 kilos. En más de una ocasión cargué acuestas, una por una, las tres o cuatro sacas, desde la calle al obrador, que no aparecía nunca. ¡Qué alivio quitarme aquello de las acuestas!
Los hombres, en caso de necesidad, sí podíamos entrar en el convento: los albañiles, el hortelano, el médico y practicante, el veterinario, el matanchín y sus ayudantes en el mondongo… Recuerdo que teniendo servidor 18 o 19 años, debió ser cuando D. Valentín, el cura de La Ventosa, les instaló el trabajo de elaborar las “formas”.
Traían la harina, como era entonces, en sacas de 100 kilos. En más de una ocasión cargué acuestas, una por una, las tres o cuatro sacas, desde la calle al obrador, que no aparecía nunca. ¡Qué alivio quitarme aquello de las acuestas!
¡Pues bien!:
en ese recorrido, iba la tornera, por supuesto que con el velo puesto por la
cara, tocando la esquila para avisar a alguna desprevenida para que se
escondiera, que entraba un extraño. Esta Sor Encarnación fue la encargada de
ese trabajo de elaboración de las “sagradas formas”. ¡Cuántos millones, cuánta
divina masa habrá bregado..!
Para
ingresar en el convento las familias habían de aportar una dote. De eso se
financiaban, sobre todo para echarle remiendos a ese enorme caserón.
Las que no
podían aportar dote, entraban como legas. Creo tenían menos obligaciones en los
rezos, a cambio trabajaban la huerta,
cuidaban los dos o tres cerdos que cebaban, las gallinas y la vaca de leche. A ésta, cuando daban las hierbas mayores, la
echaban al prado. Le abrían la puerta y ella ya iba sola a juntarse con las
demás. Al atardecer, igual. Ella llegaba hasta la puerta principal del convento.
Salía la monjica, abría, y la vaca p’adentro, por todos los claustros. Los
muchachos de la vecindad íbamos para ver a la monjica tornera que salía a abrir
a la vaca. Llegaba con la ubre llena, oliendo a leche. Siempre tenían una vaca
gorda y hermosa.
(continuará con reflexiones más espirituales)
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