domingo, 27 de octubre de 2013

INGRATITUD (II)



Al día siguiente del acuerdo con los señores de Cerecinos, llamé a Buenos Aires, al teléfono de la vecina de portal. Era difícil pillar a Crecencia en casa. Concertamos una hora. Volví a llamar. Se puso al poco. Mostró gran alegría. Me dijo que habría de hacer algunas gestiones, que la llamara a los tres días. Así dos o tres veces más. Ella siempre mostrando muchas ganas de venir y mucho agradecimiento.

Creo fue a la tercera llamada cuando le pregunté en qué consistían esas gestiones que no se resolvían.

-Vos no sabés cuan difisil es acá la vida. No encuentro quien me preste la platita para el boleto.

-Lo voy a consultar con mi señora. Si le parece bien, como espero, nosotros podríamos hacerte ese préstamo.

A Sara, que estaba al tanto de todo, cómo no, le pareció bien.

Nueva llamada. Noto como llora de alegría: -¡cuán buenos son vos!, se lo agradeceré toda la vida!

Me da sus datos personales, tomo nota, voy a una Agencia de Viajes de Benavente. Pago el billete en avión de ida y vuelta. Contactan con la Agencia de Buenos Aires que ella me había dicho. Se lo comunico para que allí retire el billete. Se lo digo a los de Cerecinos. Una nieta del señor que vivía en Madrid, saldría a esperarla a Barajas y la llevaría a Auto-Res,…

Un doce de febrero de 2006, sobre las cinco de la tarde, llega Cres a Cerecinos. Tuvo el conductor que decirle, baje que este es el pueblo. Allí la esperaban Josefina, Marcelino, la otra hermana,.. Cogió su pequeño equipaje y la llevaron en coche hasta casa.

Entre tanto Sara y yo llegamos derechos a la puerta de la casa del Sr. Julio de Anta, en la plaza. Allí esperaban todos los demás hijos, nueras, etc. Justo detrás llegó el coche con la esperada forastera.

Allí, en la portalada, los efusivos saludos, llenos de cariño, de alegría. Era una morenita con encanto, de rasgos indígenas, vestida con humildad, sin prendas de abrigo (venía del verano bonaerense). Aquí el día era de perros, neviscaba con ventisca. Cres nos pareció mucho más joven de lo que su dni decía. Después del largo viaje, del cambio de horario, del climático, vestida con falda y tenue chaquetita de lana, tiritaba, temblaba “como vara verde”. La vimos tan sonriente, tan frágil, tan desprotegida, que sentimos ternura por ella.

Entramos en la confortable casa de Julines, bien calientes los radiadores. Llenamos el comedor. El hombre, en su sillón, emocionado. La otra tan menudita, se pensó era Sara, mi mujer, quien venía a cuidarle. Tuvimos bromas y risas.

Regresamos a casa, a Villalpando, muy contentos al dejarla instalada, en buenas manos, con muy buena impresión de ella. Deseando se portara bien con familia en tan buena disposición, tan buena gente.

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