martes, 27 de noviembre de 2012

MELECIO MANSILLA LUNA.


               

                                      MELECIO MANSILLA LUNA.
                                 Me acaba de llamar Tomás, su hijo pequeño: “Se ha muerto mi padre”. Hace veinte días le había dado un ictus cerebral. Hasta los robles se mueren. Le faltaba poco para cumplir los 101 años. Había nacido en Villalpando el 4 de diciembre de 1911. Hijo de Tomás Mansilla y de Matea Luna Alarma. A su hermano mayor le llamaban “Rayo”, también por delante de él iba la señora Matilde “La Hornera”. Recuerdo a otra hermana menor apodada  “Cuca”.

                                  Melecio fue en Villalpando una persona singular. Como homenaje no se me ocurre nada mejor que copiar un relato inspirado en su vida.

                                Advierto que, aunque la trama principal se corresponde con la peripecia vital de Melecio,  (los sucesos de la guerra, aunque algo esté novelado, es fiel a lo ocurrido. El fusilamiento de su madre, su ayuda a Laureano y la intervención del Sr. Luciano para liberarle son pura verdad), hay otras situaciones contadas que son licencias literarias. Por ej., lo amoroso. Meleció ya estaba casado con Melititna, cuando estalló la guerra. Su hija mayor Lucia, nació en el 36, Mele en el 41, luego otras dos chicas, al final, 21 años después que la mayor, vino al mundo, a dar guerra, Tomás, y a cuidar a su padre cuando le correspondía, a leerle, lo del blog de Modroño, o los libros, contarle cosas del pueblo. Esta última crónica ya no se la podrá leer. Queremos le sirva de homenaje. El funeral será mañana, día 28 de Noviembre, sobre a las doce horas en la Iglesia de San Nicolás.

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                      BIOGRAFÍA NOVELADA DE MELECIO. “El viejo miliciano”. Escrita en 1999.

                                   - Al morir mi compañera, jubilado y emigrados todos los hijos, me fui con ellos al Norte, pero no  perdía el careo del pueblo. Todos los años regresaba por la fiesta. En el 99 una trifulca, en la capea, me hizo ver que los odios seguían latentes. Me dio pena y huí de aquella tensión en la plaza. De vuelta de tanta violencia inútil, conseguida con los  perdones la paz interior, disfrutando en la madurez (no quiero decir senectud)  de cada día que amanece, me alejé del tumulto, caminé hasta el parque buscando soledad, me senté en el pretil. Mis manos sobre el bastón y sobre ellas la barbilla. Cerré los ojos y me asaltaron las dudas de siempre:

                          Necesariamente ha de ser el hombre lobo para el hombre....?. No podemos librarnos de la agresividad hija de la soberbia.....?.  Ha de ser  la ira sin sentido más fuerte que la tolerancia y la compasión.....?.

                          De las cavilaciones me sacó mi cuñada  Remedios, “La Toba”, la hermana pequeña de Laureano, mi salvador. Me palmeó en el hombro:
            -¡Chacho!, ¡que te duermes!.- , alcé la vista, me incorporé abriéndole los brazos.
            -¿Cómo estás? ¡Qué bien te veo!.- Nos abrazamos. Ella había llegado el día antes
                       -¡Anda que tú, bribón, ¡cómo te conservas!-
                       - De cuerpo regular, pero mientras la cabeza funcione…     
                  Después de ponernos al día sobre hijos, nietos, bisnietos, compartimos recuerdos y  reflexiones:

                         Su hermano Laureano era quinto del 37, yo del 32. Muy joven empezó a despuntar como jugador de pelota. Yo necesitaba un zurdo pa la raya de la izquierda. El tío “Rebulle” ya pasaba, con mucho, los cuarenta y estaba muy zurrao de la azada y la mancera. Empezábamos a  dejar  de ser los mejores del pueblo y del contorno. Aquí ya nos ganaba la pareja de “Miseria” y “Canalejas” y en Tapioles , “Simines” y  “Leo”. Él mismo me lo dijo: “yo me retiro, coge al muchacho del Tobo, que es el que más despunta. Le enseñas a colocarse, a manejar las muñecas y a pegar con la derecha (de izquierda ya tiene un golpe terrible) y no habrá quien os gane”.

                      Ya de antes, empezaba a tener amistad con el muchacho. Coincidíamos en el campo, sobre todo en el tiempo bajo, yo alumbrando cepas a jornal, él con las ovejas del hatajico familiar, pastando en  los entremajuelos. A los dos nos gustaba la lectura. Intercambiábamos libros. Los míos de “La Casa del pueblo”, los suyos del Sindicato Agrario Católico, del que su padre había sido cofundador.  A veces pasaban cazando los señoritos con sus caballos o veíamos a viejicos, que ya no servían para cavar, apañando gramas pa los conejos con los que intentaban subsistir o a viejicas cargadas con el haz de leña en la cabeza de la dehesa al pueblo. Luego lo revendían por las casas.

                            Un día comentábamos   el parto de  la criada de los “Polleros” y la criatura, de un hijo del ama , al hospicio. Otro la muerte de “Cacalo” en una cuneta, cuando regresaba de pedir.
                        Todas aquellas muestras de sociedad tan injusta nos revolvían el estómago. No podíamos quedarnos quietos. Habíamos los jóvenes de cambiar aquello con la razón y la justicia.

                         Él pensaba que la solución estaba en aplicar la doctrina social de la iglesia. A mi me tenían chiflado las teorías socialistas. Mi idealismo me hacía pensar en la bondad del corazón humano y comulgaba con el lema de que “cada uno  aporte a la sociedad el trabajo que pueda y reciba de la sociedad lo que necesite”.. De la iglesia me consolaba el ejemplo de algunos  curas más pobres que yo, pero me descorazonaba que el predicador de Semana Santa ganara en unos días, que se lo pagaba el Ayuntamiento, más que los jornales de toda  mi familia en un año.

                      Los dos coincidíamos en la necesidad de una revolución, pero incruenta. No nos servía el ejemplo de la guillotina en la Francesa, ni los fusilamientos en la Rusa. En la familia habíamos mamado el amor a la paz por el cariño de la madre,  que siempre ponía amor en las discordias. En el ejemplo de los padres que, cuando escaseaba la comida, ellos eran los más remolones en menudear con la cuchara en la tartera común, y la rabia del amargor de la injusticia la descargábamos en el frontón dándole porrazos a la pelota de forro de gato y en la ternura de la muchacha a la que amábamos. Queríamos el diálogo  y no la guerra. ¡Pero cualquiera les apeaba del machito a los acomodados que, cuando el trabajo era tan duro, vivían sin trabajar, cuando el alimento escaso, ellos lo tenían abundante; que cuando vestíamos con remiendos, ellos llevaban corbata y no les faltaban ni medicinas, ni vicios.
                                El verano del 35, yo lo había hecho en casa  de “La Maragata”. Habíamos costaleado la buena senara en la panera del mesón, que daba pa la era, en las afueras del pueblo. Llegado enero del 36, en la enfermedad de padre habíamos gastado las soldadas de los hermanos pues, pasada la sementera del 35, ya no tuvimos jornales. En casa faltaba el pan.

                             Una noche nos juntamos tres amigos. Uno de ellos tenía burro. Cogimos cada uno el costal de la respiga. Forzamos la puerta y los mediamos en la panera de “La Maragata”, que seguía repleta, esperando que el hambre forzara la subida del trigo. Nos lo repartimos. A mí me tocó más porque en mi casa había más necesidad.

                                Actuó la guardia de inmediato. Las huellas de un burro de pobres, sin herrar, en la era blanda por las lluvias y en el camino, dieron muchas pistas. Nos llamaron al Cuartel. El vergajo nos hizo  “confesar”. Cuando salió el juicio, ya había ganado el Frente Popular. Yo alegué necesidad y me hice reo, exculpando a los dos amigos. Me cayó  condena de un año. Me llevaron a cumplirla a la prisión de Carabanchel.

                              Laureano, a primeros de aquel año, se incorporó voluntario al ejército, al arma de aviación, con la esperanza de huir del pastoreo y del ordeño, de los soles, los cierzos, del “burgalés” que sarea rostros y campiñas, de dormir  al raso,  de comer migas con sebo. Lo destinaron al aeródromo de Getafe.

                               Sublevados los fascistas, al día siguiente me pusieron en libertad. Me dieron un fusil y me alisté  en la primera columna de milicianos que salió a  cortar el paso a los falangistas castellanos en el Alto del León. ¡Cuántos muchachos cayeron, hijos de pequeños labradores estrujados por las rentas de los terratenientes, casi tan siervos de la gleba como nosotros los jornaleros....!. ¡Claro que la zarracina no fue menor entre los nuestros....!., muchachos urbanos de la fábrica y el ladrillo,  que en el campo andaban perdidos.

                                       El gobierno de la Republica enseguida echó mano del ejército regular no sublevado, y a mi zurdo compañero de pelota también lo llevaron al Guadarrama.

                                       Los de la era y la besana, los hijos de la estepa apretaban como fieras y nos hacían recular. Los “míos” de Madrid eran más blandos. En la retirada  íbamos dejando muertos, pero procurábamos no dejar heridos. Yo era enjuto, hebrudo, duro como un rayo, muy aclimatado a la sed y los calores, a la frugalidad y al trabajo. Mis energías, incansables en aquellos días de julio y agosto, las empleaba más en salvar  que en matar. Cuando caía la noche recorría la zona de nadie, entre pinos, en la ladera de la sierra atento a los ayes, a jadeos lastimeros. No sé a cuantos socorrí, más de uno murió en mis brazos.

                                     Una noche, aquel día habían sacudido duro, salí a hacer la ronda. Mis pisadas en la tamuja le hicieron recobrar la semiinconsciencia. Mi pañuelo rojo le aseguró era de los “suyos”. Su uniforme de aviador lo camuflaba en la maleza. Al acercarme sólo tuvo fuerzas para, al reconocerme, exclamar: -¡¡¡¡amigo!!!!-.

                                   ¡Dios mío!: si era Laureano, el de mi pueblo, el pastor, mi zurdo compañero de pelota. ¡Lo iba a dejar morir con 19 años....!. Me lo eché al hombro. Conseguí llegar al hospital de campaña en el sanatorio antituberculoso. Le sacaron la metralla de las piernas, pero apenas si le quedaba sangre. El mismísimo doctor Negrín preguntó. -¿alguien quiere prestar su sangre al compañero....?.  Me remangué la camisa y  le ofrecí mi brazo. Me senté al  lado de la camilla.

                             Conectaron mi arteria a su vena. La mía roja entraba en la suya azul y le daba vida. Sus ojos se abrieron y me sonrió.

                               Curado, le dieron permiso, pero no pudo volver a casac el pueblo había quedado en la zona nacional. Unas milicianas paisanas, “las Pradeñas”, que servían en Madrid, le dieron albergue en “su casa”, un palacete abandonado por sus dueños el día antes de empezar los tiros. Recuperado se incorporó a mi lado en la defensa de la capital con el frente establecido cerca de la Ciudad Universitaria,  y nuestra amistad  llegó al extremo de la absoluta fraternidad. Éramos los primeros cavando trincheras, retirando heridos, defendiendo la posición, disparando sin odio. Sabíamos que del otro lado había ¡tantos muchachos del pueblo!.......... Nuestra idea del diálogo había fracasado. ¡Eran tan irreconciliables las posturas.......!. Estábamos inmersos en una guerra que no queríamos.

                                    Él seguía amando los valores tradicionales: la familia, la  propiedad privada, sobre todo la pequeña, siempre que cumpliera una función social, la religión,..... . Estaba convencido que, aunque el gobierno de la República consiguiera derrotar la sublevación, no se iba a reinstaurar la democracia burguesa, sino la “dictadura del proletariado”, el Comunismo Soviético, y eso iba contra sus convicciones profundas. Coincidíamos en el afán de progreso y de justicia social. Yo me temía que de triunfar los facciosos iban a aplastar las libertades, a mantener los privilegios de los ricos, para lo que se estaban matando los de las pequeñas clases medias,  casi tan proletarios como nosotros.

                                       Una noche de aquel lluvioso mes de noviembre,  me despidió. Sabía que no le iba a delatar. No le puede convencer. Disimulamos nuestro cuchicheo en la trinchera ante la ronda de un Comisario. Cuando los altavoces del otro lado comenzaron su prédica, apeó el fusil, se apartó alegando necesidad fisiológica, reptó entre charcos y matorrales, esquivó ráfagas, respondió al alto del centinela con un:               -¡No dispares que soy de los vuestros!-. Llegó a las trincheras del otro lado. Encontró a algunos del pueblo, ya movilizados por la fuerza, que le sirvieron de salvaguardia. Escribió a casa. Contó lo sucedido, y cómo yo le había salvado la vida. Sus padres llevaron a los míos el primer queso de la paridera de aquel invierno.

                                  La guerra siguió su curso trágico. Por otro del pueblo me llega la noticia de que han fusilado a mi madre. Aquello me enrabietó más, pero no caí en la tentación de la represalia. Yo ponía mis dotes físicas y humanas al servicio de los demás. No escatimaba esfuerzos. Resulta que tenía cualidades de organizador. Los mandos se fijaron en ello y me fueron ascendiendo de categoría. Llegué a ser Teniente del Ejercito Republicano.

                             A Laureano a la segunda ya no le pude librar. Cayó en el frente de Aragón. Sus padres consiguieron llevarlo a enterrar al pueblo. Los míos también le velaron.

                        No quise huir en avión, al exilio. ¿Por qué? Si yo tenía las manos limpias de sangre si no había querido aquella guerra, si no odiaba a los “vencedores”, entre los que había tantos “Laureanos”. Me entregué en Madrid. Me hicieron prisionero. Pensé serían unos días, pero se pasaron unos meses, temiendo ser “llamado” cada madrugada, por  “culpa” de aquellas estrellas en la bocamanga.

                         Y lo fui, pero a media mañana: El tío Tobo que tenía la “gloria” de un hijo “caído”, uno de los veinte que pusieron en la fachada de la iglesia, lo había conseguido. Nada más, por mi padre,  saber de mi paradero habló con el Alcalde, éste fue a la capital y tocó todos los palillos. Mi principal credencial haber salvador a mi zurdo compañero de pelota.

                              Aquella llamada era para darme  el salvoconducto y un billete de cinco duros.

                                Cogí el tren hasta Zamora. Me ahorré lo del coche de línea hasta el pueblo, pensaba marchar andando, ¡total once leguas....!, pero tuve suerte: en la estación estaba el carromatero Bernardo Sampedro.

                                    Las diez horas de traqueteo, muchos tramos los hacíamos andando, dieron todo de sí. Primero  escuchó  mi peripecia. Vio que volvía sin odio, los acumulados en la cárcel se habían disipado con la libertad, y, a la vez con esperanza y temor. Me tranquilizó:

                                     -Ahora el que manda es “Cobera”, (era un  hombre joven que araba algunas tierras propias y otras en  colonia, con su par de mulas, que vivía de su trabajo). Le hicieron alcalde en el 37 y, desde aquel día, se acabaron las detenciones. –“Ha puesto a raya a los señoritos. Todo lo más que hayas de ir a Misa los domingos.

                               Su relato confirmó el horror que suponía y del que tenía noticias confusas: Además de a mi madre, habían fusilado a Mecos, Garibaldes, Manojos, Gatos, Julia “la Baldomera”,  a Froilán esterero, que era un santo........ . Los contamos: veintisiete en total  De los que llevaron al frente, veinte no volvieron vivos:  Un muchacho del aguardientero, un “Lenteja”, un “Lizondo”, un “Lagunero”, hijo de la señá “Ustaquia”..... Laureano “El Tobo”, mi zurdo compañero de pelota,....... .

                                ¡Cuántos  sin regreso, que ya no se henchían  del azul, ni de los trigos cereños, de los barbechos en tercia, de las torres de sus pueblos a lo lejos, de las cebadas pidiendo la hoz....! ¡Cuántas caricias de madre, de novia, cuántas charlas de amigos perdidas...!. ¡Cuántos pulmones cerrados a ese aire con olor a mies, a tierra, a nube que me reconfortaba....!

                                 Llegamos entre dos luces. En tres años  y medio el pueblo, las casas, las calles, seguían igual. Sólo ranas y grillos querían romper el silencio de la resaca de la borrachera de odios. Rodeé por las afueras para no encontrarme con  alguien. Padre,  recién llegado de regar con el cigüeñal  el cacho huerta, gracias a la cual subsistieron, descansaba en el poyo del corral, mi hermana repartía el  “cogido”  entre el marrano, las gallinas y conejas.

                               “Cuca”, al verme, miró al cielo y exclamó: -¡gracias  Señor!. Su abrazo quería ser infinito.  Extenuados  de lágrimas sus ojos, sólo sabía decir, ¡para qué más!,:  ¡¡¡MATARON A MADRE, MATARON A MADRE!!!!.. Padre extendió sus brazos sobre ambos.

                             Aquellos huevos, fritos con unos palos en la lumbre, aquel chorizo que madre guardaba para nuestra vuelta, aquel pan de varios días, la lechuga del huerto,... aquélla cena con mis padres, fueron un manjar del cielo, reconfortaron mi cuerpo y mi alma.

                             Lo primero, al día siguiente, la visita a los padres de Laureano. Estaban abatidos. Era el único varón. Le seguían tres hermanas:   -“ya sé que no le puedo suplir, pero me ofrezco como su segundo hijo....”.

                                 En los días que faltaban hasta la feria, puse con mi padre, la huerta en orden. Por la noche salía al fresco y, en la vecindad, fui bien acogido. No andaba por el pueblo, evitaba los encuentros, pero si los había daba el pésame sincero a los unos y a los otros. Rehuía encontrarme con los que confeccionaron las  “listas”, en las que metieron a madre, pero si ocurría, ni ellos demostraban altivez, ni yo miedo. Más que mi odio, tenían mi desprecio.

                               Salí a la plaza el 21 de junio. Aquel año volvió a celebrarse la feria, sin fiestas. La vida seguía. La recolección, encima. Era necesario ajustar agosteros, reponer algún trillo, tornaderas, redes o bieldos. Tuve varias ofertas. Aún recordaban mi fama de buen trabajador. Entre los cincuenta muertos, los encarcelados, y los no licenciados, escaseaban los braceros. Ninguno de los manchados se atrevió a acercarse a mí. Me ajusté a mantenido, por cien duros los 90, días en casa de “La Viuda”. Ya había trabajado en el 34 con su marido “Candidín”. Trataba muy bien a los obreros. Si caían malos les daban leche y les pagaba igual al jornal. A los mozos de año de toda la vida en su casa, cuando ya no valían, si no se habían muerto, los entretenía de serviciales, para que no les faltara la comida.

                                     Cuatro mozos y cuatro agosteros hicimos aquel verano, casi todos recién licenciados. No nos faltaban las discusiones y bromas de las que yo era la agradable víctima: A mi sólo me quedaba lo de Guadalajara que, además, los de enfrente eran italianos, pero menudo cachondeíto con lo de “no pasarán”. El trabajo era alegre, redentor. ¡Había tanto niño, tanta mujer, tanto anciano esperando ese pan que recolectábamos...!. La relación entre amos,  criados, criadas, cachicanes,  era fraterna y la alegría indisimulada.  A mí empezaron a llamarme “Capitán”. Me ascendieron de categoría.

                                Cuatro fiestas en los noventa días: el 18 de julio, hubo un acuerdo tácito entre los no adeptos. Ninguno fuimos a cantar “El Cara al Sol”. Cobera aplacó a los exaltados: -“¿ qué queréis?. ¿fusilar a medio pueblo?. Ya hemos vencido, ahora hemos de convencer. Es la hora de la reconciliación”.  Alguno sí fue a Misa el día de Santiago. El día de la Virgen y siguiente las vacas volvieron a correr  por La Solana y las muchachas, no de luto, fueron a la plaza.

                                   Acabado el verano  seguí de lagarero y sementerero. En el invierno anduve a la piedra.
                                      El día  de Nochebuena, puesto que no me obligaban, decidí ir a Misa del Gallo. Mi madre nos llevaba de niños. Además el mensaje  de paz del hijo de María y el Carpintero, ¡sintonizaba tanto con mi estado de ánimo.........!.

                                        Cuando volvía de adorar al Niño (el Cura al dármelo a besar me había sonreído), descubrí  lo más bonito de mi vida: el rostro, los ojos, la sonrisa de Rosario-

                                            Era la mayor de las tres hermanas de Laureano, la que le seguía. En los cuatro años había pasado de niña a mujer. Había madurado como espiga sin argaña. Su dulzura realzaba su belleza pálida. En el 37 marchó a curar heridos de los frentes. Recién había llegado.

                                          Al día siguiente se abrió el baile y, aunque de alivio, fue, con las amigas. Al enlazarnos para bailar, aun curtidos por una guerra, éramos dos niños temblorosos. ¡Con qué ganas se hubiera refugiado a llorar sobre mi pecho....! En el baile no lo hizo, pero sí al salir en el primer rincón que encontramos.

                                     A sus padres se les abrió el cielo con nuestro noviazgo. Despreciaron el comentario de la vecina sobre que yo era de menos categoría por ser jornalero y ella pastora. Nos casamos a la primavera siguiente. Suplí al hijo que les faltaba.

                                   Desde febrero yo trabajaba en la huerta de “Lentes”, en Villamayor. Era grande. Estaba a la entrada del pueblo, tenía noria y muchos frutales;  una casa, sombreada por parras la portalada, con pocilga, gallinero, cuadra, tenada y un cacho corral. La habíamos adecentado. La ocupamos al día siguiente de la boda. Nos prestaron un carro para llevar los cuatro enseres. La fuimos llenando de amor, de ternura y de hijos.

                              El jornal era escaso, pero teníamos asegurada la vivienda, la lumbre con los palos de la poda y los restos secos de la huerta, la luz, el agua de la poza y las viandas: hortalizas y fruta en abundancia, el marrano, gallinas, conejos y una cabra que ayudaba a Rosario en las lactancias. A los mendigos que llegaban por allí no les faltaba la limosna, un poco de sombra y un vaso de agua fresca, o el calor de nuestra lumbre..

                                Nos integramos en el pueblo. Del nuestro llegó el apodo de Capitán. Los niños iban a la escuela. Yo volví a jugar a la pelota y después a la chana. Así que pude compré una radio que cogía la emisora de París y la Pirenaica, por la noche bajico y sin  peligro porque vivíamos fuera del pueblo. ¡Cuánta alegría la derrota de los Nazis...!, como después, vista su trayectoria, la caída del Comunismo. El Maestro nos dejaba libros que, como todo, Rosario y yo compartíamos.

                                    Entre todos levantamos a España de la ruina. Fuimos consiguiendo las conquistas sociales y, por fin llegó la democracia. Mi idea de que cada uno trabaje lo que pueda y reciba lo que necesite, casi es una realidad en este estado de derecho.

                                       La perdida de Rosario, joven aún, fue un desgarro en mi  vida. El cariño de los hijos la ha compensado, pero, como todos emigraron, al verme tan solo, fui con ellos al País Vasco. A mi nietico mayor, Guardia Civil, allí lo asesinaron.... .Su muerte, el hachazo irracional de “la culebra”, no la he superado. Son una lacra pestilente en el océano de paz de mi vida. Esa barbarie, esa sinrazón, afianza más mis ansias de paz. ¿Conocerán ellos la dulzura de nuestra vida  pacífica en la huerta de “Lentes”....?

                                  En aquella charla con Remedios, la pequeña de mis cuñadas, “arreglamos el mundo”, para buscar la paz que ha de ser hija de la justicia, nosotros, los del primero, deberíamos vivir con un poco más de austeridad; privándonos de lo que derrochamos contribuiríamos a  un orden social mundial más justo y a no destruir el planeta.  Unos ciudadanos bien informados, éticos, coherentes, no consumistas, acabarían con los grupos de poder, que hoy son los económicos y los medios de comunicación. Que todo el poder, basado en la razón y la justicia, dimane del pueblo, que prácticamente de acuerdo los partidos en el modelo económico social,  elegirá a unos gobernantes limpios y honrados, siendo esos criterios éticos y de eficacia de gestión el aval de su elección, en ese Estado liberal social.

                                   Remedios, antes de enviudar, arregló y conserva la casa de sus padres. Es diez años más joven. Se vale bien y yo no estoy achacoso. Después de la fiesta decidimos juntar, en el último tramo, nuestras vidas y nos hemos quedado en el pueblo. Aquí se saborean mejor los recuerdos y las nostalgias.

                               Repican las cantarinas campanas  de las Monjas. Vuelve a ser Nochebuena. Ni sé cuántas van ya.  La Iglesia está cerca. Nos abrigaremos. Remedios y yo volveremos a la Misa del Gallo del dos mil, que me hará revivir la del 39, la de Rosario.. El mensaje del Niño ¡es tan coincidente con lo que mamé en el hogar!.  Su Sermón de la Montaña, ¡tan coincidente con lo que ha querido ser mi vida.....!.

                              ¡Además!, el autor de una Doctrina tan fraternal,, ¿por qué no puede ser Divino? Y ¡qué sentido tiene esta vida si no....!. y, ¿por qué no, cuando se cierren mis ojos a está luz, no puede aparecer Él radiante,  tras el túnel de la muerte, acogiéndonos en la infinita Paz......?.

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                  P.D.- Espero esté gozando de esa paz.







11 comentarios:

Agapito dijo...

Antonio-Isidro de Caso Crespo (carrisio) ha dejado un nuevo comentario en su entrada " ...":

GRACIAS AMIGO AGAPITO POR TU PRONTA INFORMACIÓN.

Permiteme enviar a través de tu blog, mi más sentido pésame a la familia de D. Melecio Mansilla.

Me ha encantado lo que has colgado escrito por el Teniente Melecio un muy sentido pésame a su familia.

Este teniente fue un distinguido soldado, según tengo entendido, un gran patriota, que soportó con estoicismo las tropelias que le hizo sentir alguna venganza... y seguro que algún resentimiento.

Saludo afectuosamente a su hijo Tomás y a sus más cercanos, ya sabes, que puedes contar con mi fiel y sincera amistad.

Un abrazo

Laureano Espiñeira dijo...

Recuerdo que el viaje más ameno que he hecho de Villalpando a Bilbao,fué uno ,hace ya bastantes años,en que tuve la suerte y el privilegio de ser acompañado por Melecio y uno de sus hijos;lo recuerdo con especial cariño y siento no haber tenido ocasión de haberle tratado más asiduamente.
Mi más sentido pésame y de mi madre,Socorro la Toba,para toda la familia.
Un abrazo
Laureano Espiñeira

M.B. dijo...

Descanse en paz:
Recuerdo de niño” seis años” vinimos a vivir a Villalpando, a la calle Nueva en la casa de mi tío abuelo “Pelines” mi madre como “protestante” para muchos era como ver al diablo, sin embargo esta vecina la esposa de Melecio fue una buena vecina, Yo siempre la conocí como la señora Melitina no sabia que se llamara Rosario,aunque Tomás era mayor que yo jugábamos de niños en el barrio, el recuerdo que tengo de este hombre es de una persona muy seria y cabal, por lo que he leído este hombre ha sido un” héroe” mas dedicado en las trincheras a salvar que a matar.
Lo dicho, descanse en paz

Agapito dijo...



¡Gracias Marco por haberme hecho caer en la cuenta que en el prólogo del relato, al decir que Melecio ya estaba casado desde el año 35, omití decir que su muy joven esposa se llamaba Melitina.

Era guapa y bondadosa. No me extraña esa aceptación a tu madre. Cierto que en aquellos primeros momentos a Esperanza se le hacía un poco el vacío, pero tu madre, a base de bondad se ha ganado el cariño de todo el pueblo. Lo de Rosario forma parte de lo novelado de su biografía.

Esta mañana, cuando metíamos en la tumba el cuerpo de Melecio, sentía estar enterrando a una leyenda, a una parte de la historia reciente de Villalpando.

Tomás Mansilla dijo...

Hola amigos, deseo en mi nombre, y en el de mi familia, daros a todos y todas, las gracias por esas muestras de apoyo en estos momentos de dolor, gracias, a los que estuvieron presentes tanto en la iglesia, en el cementerio, y en este blog
A ti Agapito por mostrar esa cara tan amable de las “obras y milagros” sobre mi padre, me imagino que eran los padecimientos que la gran mayoría de villalpandinos y villalpandinas, vivían a diario en nuestro pueblo con el agravante de que unos mejores que otros salieron indemnes del conflicto bélico que hubo en toda España.
A la familia de mi padre como a las familias que les fusilaron o mataron algún miembro de ellas, les tocó pasar esas miserias de la condición humana.
Como ya he expresado en otro comentario, mi padre sospechaba quien o quienes habían participado en el asesinato de su madre (Mi abuela), pero siempre lo guardó en su memoria, y solo lo comentaba en familia, nunca jamás intentó, y lo digo por mi persona, inculcarnos odio o rencor hacia absolutamente nadie, yo lo sabia pero no lo viví, quizás es por eso que no guardo odio a nadie en absoluto, de todas formas, aquellas personas que mi padre sospechaba de su implicación en el asesinato de mi abuela, ya han fallecido, de que sirve a estas alturas tener odio por nadie, ya os lo digo yo, de nada.

Amigo Antonio, (Carrisio pa los amigos), yo te conozco de toda la vida, aunque hemos empezado a tratarnos recientemente, se positivamente que todo lo que me expresas lo dices de corazón, eres una persona muy vehemente, pero grande muy grande, gracias por tu apoyo, porque sé que te ha salido de muy dentro.

Amigo Marco Antonio, a ti te conozco mucho mejor que a Antonio, al fin y al cabo fuimos media vida vecinos, de puerta con puerta, aparte de que cuando tu madre realizaba cultos mis padres y yo asistíamos alguna que otra vez a dichos cultos, a tu padre siempre le quise, quizás por esa vecindad y por el trato tan cercano, pero a tu madre (Cuidarla, porque la he visto muy desmejorada en la iglesia celebrando la misa por mi padre) a tu madre siempre la tuve un cariño muy especial, especial porque irradiaba e irradia bondad por todos los poros de su cuerpo, nunca tuvo una mala palabra, y menos malos pensamientos, en serio amigo, yo admiro a tu madre.

Amigo Laureano, seguramente quien te acompañó en ese viaje a Bilbao era yo, pero mi mala memoria me traiciona y no te recuerdo, es seguro que te veo, e inmediatamente se quién eres, gracias por tus muestras de cariño hacia mi padre, te agradezco tu interés, y aquí queda un amigo en Bilbao para lo que gustes, en serio, gracias amigo.

Saludos cordiales

Anónimo dijo...



Mis abuelos paternos eran villalpandinos, emigraron cuando mi padre era adolescente, a pesar de lo cual nos hablaba mucho del pueblo.

He ido alguna vez por ahí de pasada y visito la fachada de la casa en la que sé nació mi padre. No queda familia alguna en el pueblo por eso ¡qué más da que diga mi nombre... 1.

Entro con cierta frecuencia en este blog, porque me tiran las raíces, y porque me encantan esos relatos que me transportan a la infancia de mi padre.

Mi padre también combatió en el ejercito republicano porque le pilló la guerra en Madrid, y nos hablaba de uno de su pueblo que de miliciano raso llegó a Teniente.

Quiero lo primero dar el pésame a los hijos de este señor porque se ve, a través de lo que cuenta este Tomás, que tienen categoría humana.

Nos dan una lección. A pesar de que aquella guerra va ya quedando muy atrás, hay gente en la que perduran los odios. Está claro por el relato y lo que cuenta el hijo que esa familia han sido capaces de superarlos.

Me gusta el mensaje pacifista del relato, sin buenos ni malos. En medio de tanto horror, hechos humanitarios también hubo. Quiero recordar que mi padre contaba algo parecido a lo de ese miliciano con otro muchacho de derechas de su pueblo.

Ese es otro mérito del relato. Sin aparecer las palabras ni derechas ni izquierdas con matiz de elogio o desprecio, en la sencilla descripción ideológica, en base a lo que pensaba cada muchacho, que coincidían en la necesidad de un cambio social, está la parte buena del ideario de unos y otros combatientes. Que, además de criminales, idealistas hubo por las dos partes.

Felicito al Sr. del blog, por la magnífica recreación de los ambientes, personajes y situaciones. Admito lo que haya novelado del mismo, ya que está escrito hace trece años. Le agradezco esa mirada de justicia (reprueba la represión en su pueblo sin cargar las tintas) y al tiempo de objetividad. Es una lección de historia del conflicto lejos del sectarismo con que se ha intentado rescribir la historia en la legislatura anterior.

Es una narración llena de humanismo que, a lo que veo, se corresponde con lo que esa familia es y ha sido.

Gracias a todos.

Josè Manuel Caramazana(Jomaka) dijo...

Siento mucho lo de tu padre Tomàs y como comprenderas siento como te sientes ahora.
La verdad es que no conocía las andanzas de tu padre, pero me parece admirable.
Un fuerte abrazo de corazón.

madolok dijo...

A toda la familia de Melecio ,mi más sentido pésame y deciros que comprendo vuestro dolor, pues aún es muy reciente el nuestro.
Tomas,veras que la vida pas para todos y a todos nos iguala la muerte, aúnque algúnas personas crean que a ellos no les llegará, por eso las personas que luchamos por unos valores y lo decimos en estos medios , no siempre somos comprendidos.
Nuestro apoyo y muchos saludos.

Anónimo dijo...

Aprovecho el blog de mi amigo Agapito para hacer llegar a Tomás Mansilla y familia mi más sincero pésame por la sensible pérdida de su padre. No sé si Tomás sabrá quién soy, pero yo le recuerdo a él como un chaval muy espigado, con el que jugué a veces por la Plazuela de San Andrés, en los ya más remotos de lo que quisiera veranos de la infancia.
Tuve la suerte de charlar con Melecio, casi siempre acompañado por mi padre Luci "El Tobo", en algunas ocasiones, y también pude captar la amenidad e interés de sus conversaciones, hacia las que apunta mi primo Laureano, que, en cuento nos veamos, supongo, me relatará, con pelos y señales, ese entretenido viaje a Bilbao.
En cualquier caso, mi padre, desde pequeño, y después Agapito, ya me habían narrado muchas peripecias (algunas de ellas relacionadas con mi familia) del admirable Melecio, y destacado su valentía,lealtad a sus ideas y hombría de bien.
¡Una pena no haber tenido ocasión de haberlo tratado más!
Abrazos. Luciano.

Agapito dijo...

A propósito del mensaje del Profesor D. Luciano López, nieto del tío "Tobo", de su primo Laureano, que lleva el nombre del tío "caído" en la guerra, y de la magnífica relación de toda la vida entre esta familia y la de Melecio, quiero puntualizar con exactitud lo sucedido. Está narrado así en mi libro titulado "Charlas de Fragua y Solana". Después, para presentarlo al certamen literario de espigas, novelé un poco ese relato.

Mi primer informante, aunque con poco detalle, porque en aquellos tiempos no se podía hablar, fue "Luci El Tobo", hace muchísimos años.

La información de primera mano me la dio el propio Melecio, un día de verano en el campo. Tenía ya por entonces más de ochenta años. Se presentó con su vieja bicicleta a rebusco de garbanzos, sin tener necesidad. Ya estaba en Bilbao, pero al regresar al pueblo vio los estábamos segando con la guadañadora y se imaginó "la gera" que estaríamos preparando. Llenó medio saco de vainas. Tengo fotos de ese día. Se presentó un pariente de la Argentina y nos las hizo. Me enseñó su carné de Teniente republicano

¡Pues al consonante!.

Aunque no de la forma un poco novelesca que narro, en combate, (eso lo hizo Melecio con algún otro soldado) es cierto todo lo demás. Melecio protegió a Laureano en Madrid en los primeros días de la sublevación, puede que hasta el punto de salvarle la vida. Cierto que combatieron juntos. Cierto que Laureano, por su valentía y las justas ideas a las que era fiel, se pasó al bando de los sublevados. Cierto que después murió en la guerra. Cierto que cuando llegó a las filas "nacionales" escribió a casa y contó que Melecio le había salvado la vida y ayudado a "pasarse" (en este extremo de la "ayuda a pasarse" no hay coincidencia. Melecio me lo negó. Me dijo que lo supo y lo calló, pero que no le ayudó) Y cierta la intervención del Sr. Luciano "El Tobo" para devolver a Melecio la libertad y la vida.

Como hemos dicho Melecio tenía cinco años más que Laureano. Este era el mayor de los hijos del "Tobo" y murió con 20 o 21 años. De ahí que aún vivan sus dos hermanas; Socorro, madre de Laureano y de Marisa (también estuvo en el entierro) que le seguía y Carmela, la pequeña, niña de 3 o 4 años entonces.

Carmela y su marido Luis, los padres de Elena, la del ayuntamiento, estuvieron en el funeral. Y vi cómo lloraba abrazada a "Luchi", la hija mayor de Melecio.

De verdad que es una historia que a mi me emociona.

Un abrazo a todos.

Tomás Mansilla dijo...

Hola buenas, gracias por esas muestras de cariño y apoyo en estos momentos de dolor, por parte de tod@s, a ti José Manuel, por que se, que , lo dices, como buen amigo que eres.

A ti María Dolores hija mayor del entrañable “Tite el cartero”, porque tu mejor que nadie sabes el dolor que se siente en estos momentos que tan reciente tienes en tu mente, son momentos para los cuales nos vamos preparando, pero que pese a ello duele, y duele mucho, sigue siendo como eres, y no cambies, y cuando te vea te daré un gran abrazo, por ser como eres.

En la tumba donde han enterrado a mi padre están los restos de mi madre y de mi hermana que murió con 50 años, el enterrador hace su trabajo, saca los restos de los que había en una bolsa, y mete el finado abajo del todo, cuando vi los restos de mi madre, y los de mi hermana, me acongoje, también los vieron las hijas de mi hermana, y también se sintieron muy impresionadas porque reconocieron la ropa que llevaba su madre cuando la enterraron.

Amigo no tan anónimo si eres hijo de Luci “El Tobo”, no te recuerdo pero seguro que como a tu primo, si te veo enseguida se quién eres, y más si hemos jugado alguna vez en la plaza San Andrés, ahora viendo cómo has firmado abajo me hago una idea de quien puedes ser, tu sabes que entonces en aquellos tiempos concretamente en la guerra ser del mismo pueblo, y aun en bandos diferentes la amistad no se perdía porque la gran mayoría de los participantes estaban totalmente en desacuerdo con dicha guerra, los obreros que la componían, estaban pensando mas, en el sustento de sus familias, que en la puñetera guerra, que no trajo más que miseria, odio, y dolor, verse en el frente con uno de tu pueblo causaba como causa ahora (Y lo digo por mi) un raro sentimiento mezclado de alegría, sorpresa y gozo, porque sé que esa persona me va a hablar de mi pueblo, de mis amigos, y conocidos, ese pueblo, que aunque no viva en el siempre lo llevo en mi mente, gracias amigo Luciano por ese apoyo en estos momentos, en serio, muchísimas gracias.

Y a ti Agapito, ¿Qué te puedo decir que no sepas ya? En aquellos tiempos y tal como le he respondido a Luciano, el ver a una persona de tu pueblo en una guerra donde todo son odios, a veces odios infundados que los creaban los políticos, o el dictador de turno, yo veo en una guerra a uno de mi pueblo, y aparte de que yo no mato ni siquiera una mosca, que te puedo decir de uno de mi pueblo, le daría un abrazo y hablaríamos de las desgracias que conlleva la dichosa guerra, y que lo que hizo mi padre lo haría cualquier villalpandino de bien, en esas circunstancias como así ocurrió.

De todos modos gracias a todos en conjunto por vuestro apoyo
Saludos cordiales.