domingo, 22 de julio de 2012

MIS ÁNGELES DE LA GUARDA. (I)

     La actuación de uno de ellos, hace tres días, motiva las confidencias, que por ser personales pido disculpen, a continuación expongo:

     Desde pequeño fui un niño trasto que se metía en peligros. Mi  abuela me hacía rezar todas las noches: "Ángel de mi guarda / dulce compañía / no me desampares / ni de noche, ni de día", porque, según ella, mucho le daba qué hacer.

    Fui miembro de la pandilla que chamuscó, sacó las tripas, asó y comió un cerdito que llevaba varios días tirado en las bodegas. Al vernos las bochiqueras, y por la delación de mi primo Antonio, envidioso de que yo hubiera comido un jamón y él dos costillas, se enteraron los mayores, y nos hicieron tragar una cucharada de aceite de ricino. Eso fue todo.


     Cierto que, por lo general, los críos de aquellos años éramos intrépidos. Las torres de Santiago, San Lorenzo, San Nicolás, hasta "La Queda", cuando estuvo la puerta rota, no tenían secreto para nosotros. Hace un montón de años que no veo a crío alguno subido a la torre de San Lorenzo, y el interrumpido caracol de piedra está como entonces.

    Cuando pasó por  Berrabueyes, por detrás del "Cubo el Palacio", todavía me asusto al pensar que, con once o doce años, trepé por ese muro para  colarme, por uno de los ventanos a ver la corrida del día la feria. Bañarnos en el río y en las lagunas era como apuntarse a las fiebres tifoideas. El riesgo de patinarlas y de que se rompiera el carámbano también era serio.

    ¡Qué les voy a contar de las pedreas y las luchas encabezadas, las de cada bando, por los hijos del Teniente Villa!. Hubo una rotura de cúbito y radio, varios escalabrados , por lo que se deshicieron, las de cada tarde, en primavera, al salir de la escuela, con la intervención de los civiles.

    Saltemos a la edad adulta: manejando vehículos, remolques, cargando camiones de pacas, siempre había riesgo.

    Es por lo que creo que mi ángel de la guarda (además ya no le rezo), se ha cansado, y ha delegado en otros ángeles terrenales. Enumero algunos.

    Diez de enero de 1991. Regresábamos de Madrid de dejar a Belén en Barajas, para Roma, donde estudiaba curso de medicina con beca Erasmus. Habíamos llevado la furgoneta, una Renault colorada, para traer mercancía para la floristería. Fue en el regreso.  Llovía a cántaros. En el regreso, ya de noche, pasado el Sequillo, en pequeña curva de la autovía, un atontao gallego de la costa de la droga, maniobraba en la autovía, según dijo después, buscando una salida. Lo vi de golpe, parado, cruzado. Intenté esquivarlo. Imposible. Lo enganché por el costado trasero izquierdo. Quedó mirando "pa Madrí" y nosotros en la cuneta, medio "entornaos", pero sin volcar la furgoneta.

     -¡Sari, Sari. Yo estoy bien. Una pequeña herida en la espinilla izquierda.

      -¡No me dejes!. ¡Me duele!, mientras se ponía la mano en el pecho y respiraba con dificultad. Tenía fractura del esternón.

       -¡Voy a pedir ayuda!. Vengo enseguida.


        No lejos estaba, y está, un poste de SOS. La puerta no habría. A los dos pechugones cedió.  Me encaminé y llamé.

        Cuando regresaba a auxiliar a Sara, para el primer vehículo. Una furgoneta azul y se baja Ángel Holguín, el fontanero. ¡Cómo que vi a Dios!. Él le puso.

        -¿Cómo estás?. ¿Viene solo?.


         -Dentro está Sara. Se queja.


           Aquella ayuda, aquella disposición fue impagable. Al momento paró una ambulancia que iba a Galicia. Trajeron a Sara al Centro de Salud. Allá quedó Ángel conmigo,  ayudándome, acompañándome, calándonos, hasta que llegaron los de tráfico, atestado, la grúa etc., más de una hora. Yo con la enorme preocupación por Sara.

           Me trajo él hasta el ambulatorio. A Sara la habían derivado al Clínico, a Zamora, aunque me tranquilizaron advirtiéndome la lesión era leve. Holguín me trajo hasta casa, donde la familia me esperaba preocupada.

            En esa ocasión Ángel Holguín fue mi "Ángel de la Guarda".

            Hay unos cuantos más, incluido el de hace tres días. Los describiremos, s.D.q., en el siguiente capítulo.





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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Discrepo en la idea de que animes a los chicos de hoy a subir a la Torre de San Lorenzo, teniendo en cuenta el peligro que eso supone. Vergüenza.

Agapito dijo...

¿Y de dónde sacas tú que anime a los chicos de ahora a subir a la Torre de San Lorenzo?. ¿Qué es lo que te da "vergüenza"?.

Primero: Dudo que algún niño de ahora entre en este blog.

Segundo: Simplemente constato el hecho de la diferencia entre mi infancia y la de ahora, radicalmente distintas en todos los aspectos, también en los juegos.

De lo que estoy seguro es de aquellos muchachos, criados a honda, adquirimos hábitos, destrezas, nos hicimos duros para la vida. ¡Veremos que va a ser de éstos, criados entre algodones!.

Anónimo dijo...

He estado unos días de vacaciones en mi pueblo y una de las cosas que mas me ha emocionado ha sido escalar hasta la mitad de la torre de San Lorenzo a pesar de la suciedad que hay en ellas Ya tengo edad para hacer esas tonterías pero me gusto recordar mi niñez