viernes, 18 de diciembre de 2009

“EL RASO” DE VILLA Y TIERRA, RESUMEN DEL RIGUROSO TRABAJO DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA, ELABORADO POR RAMÓN LÓPEZ GONZÁLEZ, NATURAL DE VILLAMAYOR DE CAMPOS, Y LA APORTACIÓN DEL AUTOR DEL BLOG.


ORÍGENES: Los ya dichos, finales siglo X, principios del XI, por donación de los Reyes leoneses, posiblemente Alfonso V, a Alpando, erigido en cabeza del Alfoz, y a las aldeas del mismo.


LÍMITES. (A esto le dedica Ramón L. un capítulo: “La eterna imprecisión de los límites del Raso) Como no existe documento de donación, e incluso, aunque existiera, en aquellos momentos en que se asentaban los primeros repobladores, no había referencias toponímicas, salvo las de los ríos, creemos el límite sureste lo marcaba el Río Sequillo.

A esta altiplanicie que anda entre los 730 a los 800 (Teso de la Buena Madera) mts de altitud que, hasta la segunda mitad del siglo XII, se le denominó con el nombre de Taraza o Taraca, la delimitan pueblos que empezaron denominándose así: Villárdiga, Belver, San Pedro (de La Taraza, por degeneración Latarce) Cabreros, Urueña. Todos tenían el apellido de “La Taraza”.
Posteriormente cambió por el “del Monte”: Quintanilla del Monte, Cotanes del Monte, Cabreros del Monte (San Pedro quedó con “lataraza, latarce), Belver de los Montes. Además de los del párrafo anterior delimitaban y delimitan las tierras comunes, o comunales, del Raso, Villalpando, Villárdiga, San Martín, Cañizo y Villanueva de los Caballeros. Los términos, que hoy llamamos municipales, de estos pueblos, estaban también en formación, por lo que los límites con las tierras de la comunidad eran imprecisos. Ello originaba frecuentes pleitos.
Según lo que apunta R.L., en 1661, como consecuencia de uno de los múltiples pleitos entre los ocho pueblos no colindantes con Villalpando, la Real Cancillería de Valladolid, ordenó la delimitación exacta. Con fecha 16 de febrero de ese 1661 el Procurador General de Villa y Tierra, ´Miguel Díez, vecino de Villamayor informó a la Chancillería de haberse de haberse realizado la demarcación del Raso Común de Villa y Tierra. Puede que de entonces (aquí espero aportaciones de historiadores) date el amojonamiento que fijó los límites exactos.
En este aspecto, basándome en su aportación, discrepo con R.M., cuando dice que esa imprecisión, había llegado hasta los tiempos en que fue alcalde de Villamayor Ángel Díez, a finales de los años sesenta del XX.
Cuando yo era niño, viniendo de muchas generaciones atrás, toda la gente de los pueblos limítrofes, conocíamos lo que “era Raso”, y lo que no.
Ahora sus límites están marcados, incluso con las tablillas de los Cotos de Caza. Los precisamos, aunque sea repitiendo:
Linda al Norte, dentro del término de Villalpando, con la Finca llamadas antes “Valle de las Urnias”, ahora Valle Blanco; antiguos “Campos de Peperre”; Monte de Las Pajas, Teso Polanco, dehesa “El Encinar” y “Monte Coto”; entre estos dos últimos, un poco con el término de Villárdiga, acabado el “ Monte Coto con los de San Martín y Cañizo; al Oeste con Belver de los Montes; al Sur con San Pedro de Latarce, y Villanueva de los Caballeros, y al Este con los términos de Cotanes y Quintanilla del Monte


ROTURACIONES Y PLEITOS.

Los primeros repobladores de estas llanuras, las encontraron cubiertas de montes, en todos los terrenos silíceos; y praderas, de más o menos calidad, según las tierras fueran más arcillosas o limosas.
Lo que decidía los emplazamientos era la existencia de agua. En esta comarca principalmente de fuentes naturales. También el río, si encontraban pequeños oteros junto al mismo que les protegiera de las inundaciones. Incluso, como los manantiales estaban tan someros, excavando pozos.
Estos lugares coincidían con las tierras limosas y arcillosas, a las que no llegaba el monte. Comenzaron a roturar praderas para sembrar trigo, viñas y huertas. Criaban gallinas y todos tenían ovejas. Conejos no se molestaban en criar. Eran tan abundantes que les bastaba con poner lazos. También el río y las lagunas les proporcionaban anguilas, barbos, tencas,…
La escasa población del principio, debido al aumento demográfico, fue creciendo: no era problema. Había mucha tierra para roturar y muchos montes donde pastar, y cortar leña para calentarse.
Así transcurrieron siglos. Cuando habían roturado las praderas, (los prados que se salvaron lo fueron porque eran terrenos que se anegaban con las crecidas del río), empezaron a limpiar de carrascos las tierras más próximas. En “Alpando” llegaban hasta lo que es hoy el polideportivo, o por ahí. En las tierras con predominio se arena, surge el carrasco espontáneamente.
Con esas “presuras” de terrenos incultos, sobre las que, enseguida, empezaron a poner orden “delegados reales”, “regentes”, “nobles”, “señores”, se fueron formando las tierras de cada concejo, lo que hoy llamamos términos municipales.
La demografía aumentaba todo lo que le permitía el medio (, sequías, inundaciones, pestes,…), y con ello la necesidad de pan, de lana, de carne. Y las lejanas comunales de villa y Alfoz, tierras del Raso, empiezan a ser necesarias para leña y pastos.
Quien, por su población, más necesidad tenía era la villa. Y además, la que más poder. Por eso, en 1462, decidieron acotar para sí un amplio espacio forestal, conocido como “Teso de las Vacas”, que más tarde, en 1482 ampliaron. Pensamos que es lo que actualmente llamamos “Teso Polanco”.
Cerecinos, Villanueva y Villamayor protestaron, pero de poco les sirvió. Si querían pasto o leña de esas tierras, habían de pagar por ello.
En el siglo XIX, el concejo, ayuntamiento de Villalpando, vendió ese Teso por 397.920 pts.

El año de 1537, el señor de Villalpando, Pedro Fernández de Velasco, autorizó a los vecinos del mismo para que roturase y sembrasen parte de “El Raso”, lo cual comenzaron a realizar diez años más tarde. .Los vecinos de Villamayor, Villanueva y alguno más consiguieron que su queja llegase a la Corte. Felipe II ordenó “que no se roturase o sembrase más, y lo que ya se había hecho, se tornase a pasto común”.
En 1790 debio a la plaga de langosta (tan frecuentes entonces) “acordaron los pueblos de la Comunidad el roturar una parte, conviniendo en repartirse los lotes que se formasen.
Pensamos que en ese reparto de lotes para cultivo, entraron ya los pueblos más próximos.

Por noticias de diversos autores sabemos que en el siglo XIX quedó el Raso totalmente deforestado para cultivar sus tierras.

En 1856 a instancia del Alcalde Villamayor Ramón del Castillo, y a fin de evitar las continuas “presuras” se reúnen, por Villanueva, Juan del Castillo; por Cerecinos, Juan Manuel Muñiz; por Villar de Fallaves F. Pelayo León; por Quintanilla del Monte, Narciso Rojo; por Quintanilla del Olmo, Blas Cano; por Tapioles, Lino Osorio, y por Prado, Alonso Rodríguez.

Vemos faltan los de Villalpando, Villárdiga, San Martín y Cañizo. ¡Lógico!: donde vivían los de las “presuras”.

Sus gestiones ante el Gobierno Civil obtienen fruto. El Gobernador nombra al Ingeniero de Montes, Antonio Martínez Bordenes, quien tras visitas, consultas a archivos y atender a razones de los reclamantes, dicta unas ordenanzas de obligado cumplimiento, entre las que obliga a la elaboración de la lista de agricultores que labrasen en el Raso, descripción de los terrenos labrados y superficies e imposición de rentas a abonar a la Mancomunidad (primera vez en que aparece esta palabra).

Parece ser que esta obligación de pagar renta no se cumplió porque los ocho pueblos de la Comisión, desilusionados acabaron proponiendo la venta de todo el Patrimonio en 1868.

En el año 1556, en principio los cuatro pueblos que no dependían del señorío de los Fernández de Velasco, a los que se sumaron los demás, pasaron de la queja a la denuncia, ante el Juzgado de Villalpando, porque:
primero “el concejo de Villalpando pagaba los propios gastos de su concejo con los dineros de la Comunidad de Villa y Tierra, tales como los salarios de oficiales de la villa, del médico, de reparación del reloj”,
segundo: “porque el concejo de Villalpando ha dado muchos quiñones del Raso y los han arado y rompido mucha parte de él.
La sentencia del Juzgado de la Villa no fue todo lo favorable a los pueblos que estos deseaban, por eso apelaron ante la Real Cancillería de Valladolid, quien dictó sentencia, CONDENANDO a Villalpando a que dichos gastos los pague con fondos propios de su concejo. Y a que, “ahora y de aquí en adelante no den quiñones ni parte alguna del dicho término y monte Raso para arar y sembrar de él”, y que “todo lo que hubiesen rompido y arado de 40 años a esta parte en dicho monte Raso lo reduzcan y tornen a pasto común”.
La Real Cancillería considera probado que dicho monte “era también de los mismos, que habían estado en posesión de él, desde tiempo inmemorial”.

A mediados del siglo XVIII, con la aprobación de su concejo, los de Villalpando comenzaron a roturar y sembrar, como unas 2.000 cargas de sembradura. Cuando el resto de los pueblos preguntó el “porqué”, “se limitaron a decirles que eran suyas”.
Una “carga de sembradura” era el terreno que se sembraba con una carga de trigo. Dicha carga, 175 kilos, es igual a cuatro fanegas. Con cada fanega se sembraba una yera, cuya superficie es 2.800 mts. Cuadrados. Luego las 2.000 cargas suponían 8.000 yeras. Traducido al Sistema Métrico Decimal, fueron 2.240 HAS, ap.

En cuanto a la superficie total del Raso, históricamente ha habido discrepancias. En 1887, una Comisión de Villamayor, a instancia del Ministerio de Agricultura fija su superficie en 24.000 fanegas, equivalentes a 6.850 Has. ap.

Don Luis Calvo transcribe una nota del Ayuntamiento de Villalpando, año 1587, en la que aparece una cabida de 12.000 yeras. Equivalentes a 4.033 Has ap.

Ahora, dados los actuales medios, y bien delimitado, como está, se podría saber la superficie exacta. Por mi cuenta, El Raso en su totalidad, incluido el pinar creo anda más cerca de las seis mil que de las cuatro mil.

De cualquier modo, el pellizco que al monte le metieron los de Villalpando en el siglo XVIII fue considerable.

Es inevitable comente lo titánico de esa empresa. En casa conservo las herramientas que se empleaban en el descuaje: los monteros. El carrasco, cortado a ras de suelo con el hacha, vuelve a brotar. A los catorce años está en condiciones de darle otra corta para leña, carbón o cisco, como conocí hacer en el Monte Coto.

Para roturar, para poder arar, y para que no rebrote, hay que cortarlo de raíz, por debajo de la profundidad de la arada: descuajar, sacar de cuajo. Eso se hacia con el montero herramienta por un lado azada larga y estrecha, con la que se escarbaba, y por el otro hacha, con la que se cortaban las raíces descubiertas. Así hacían mis aguardienteros Modroño de jóvenes con las encinas para la alquitara:: una cada día por 20 duros, descuajada y troceada. Las puntas se las daban a los cisqueros.

LO QUE NOSOTROS CONOCIMOS.

En lo investigado por Ramón López. D. Luis Calvo, la tradición familiar (mi bisabuelo tenía majuelos en El Raso), en el siglo XIX, se completó la deforestación del mismo.

Tengamos en cuenta que, hasta el siglo XVI, el aprovechamiento de este monte era la leña, pero, sobre todo el pasto.

La cabaña de ovino, crecía, incluso a mayor ritmo que lo hacía la población. La lana era la fibra con la que, principalmente, se vestía Europa, (la seda y el lino eran escasos y caros) antes de la llegada del algodón, y no digamos de las fibras sintéticas. La lana era la principal riqueza del reino de Castilla. Y la carne de borrego básica en la alimentación de sus gentes.

En aquellos siglos, aquellas rústicas ovejas se alimentaban en exclusiva del pasto. En primavera, verano y otoño, andarían por las praderas de las vegas, por los rastrojos, cuando comenzó a haberlos. Así que llegaban las lluvias otoñales, las heladas invernales, subían al Raso, donde apañaban la hierba que crecía entre los carrascos, las bellotas y, al final, cuando no había otra cosa, se “agarraban a la hojarasca.




Y esa era, sobre todo la utilidad, que daba a los habitantes de los trece pueblos.
Ya, en el siglo XVI, el algodón que empezaba a llegar de América, comenzó a hacerle competencia a la lana, y ésta a bajar de precio. El paulatino aumento demográfico poblacional, demandaba más pan, aunque fuera de centeno. Eso motivó el comienzo de la roturación por los pueblos lindantes, y las discordias con los no.

La batalla la ganó la reja al carrasco. A finales del XIX, principios del XX, la población de la comarca llegó a su pico. La necesidad de tierra acuciante. Todo El Raso llegó a ser cultivado. Había pequeños labradores cuyas únicas tierras, eran las distantes, pedregosas y pobres del Raso.

Ante lo irremediable, los siete u ocho pueblos “perjudicados”, consiguieron convenir que las tierras se labrasen en dos hojas, bien agrupadas, para poder pastar, si no carrascos, rastrojos y barbechos.

Y así conocimos nosotros la situación: todo El Raso cultivado, y pastando, libremente los rebaños de los pueblos que les conviniera.

Este derecho al pastoreo gratuito sigue vigente. Si bien, en la práctica, quien lo utiliza son los rebaños de Villalpando, y un poco los de Villárdiga. Tres ganaderos de la Villa han construido apriscos y modernas instalaciones en tierras adquiridas en El Raso. Unos cuantos más tienen naves en sus proximidades.

LA REPOBLACIÓN FORESTAL:
A las porciones que cada labrador cultivaba en El Raso, se le llamaban “viesas”. La propiedad seguía siendo de la Comunidad, quien, tampoco, pagaba contribución. Cuando un labrador, por emigración agotamiento o falta de descendencia, dejaba sin reblar una viesa, y llegada la sementera no la sembraba, perdía su derecho sobre ella. Entonces cualquier otro labrador podía entrar a ararla, sembrarla o plantar viña

Así, heroicamente subsistían familias de Villalpando, Cotanes, Villárdiga, San Martín.

En el año 1948 dentro de la política del nuevo régimen, (había dicho José-A, Primo de Rivera, “devolver al monte lo que fue del monte”), los Alcaldes de los trece pueblos, encabezados por el de Villalpando, Pablo Riaño Riaño, (de ahí creo que les viene a mis hijos el cariño por el pinar) acordaron con el Patrimonio Forestal del Estado, plantar de pinos 1.500 has, en el Raso Comunal.

Escogieron la parte de peor calidad y más distante, desde detrás de la dehesa, hasta los términos de Belver y San Pedro de Latarce. Antes, en plena guerra civil, empezaron a ir los labradores a plantar pinos al Raso. Fue testimonial y no prosperó.

Del 48, al 55, cientos de obreros, durante el invierno, cavaron hoyas, a destajo, 60 al día, de 40 por 40 por 40. Quien antes terminaba, antes regresaba a casa; en burro los privilegiados, en bici comprada a Isaac a plazos, los más jóvenes; a pie, los más pobres.

Aquellos jornales sí que mataron hambres. En las viñas no plantaron pinos. Las respetaron. Así quedó todo Valdeconejo sin forestar. Desaparecidas las viñas, hace bastantes años, ahora, los particulares con subvenciones europeas lo estamos haciendo.

La plantación de pinos generó muchas críticas, sobre todo en Villalpando. Aquellas viesas que les quitaron, pocos años después, y hasta la PAC, quedaron de adil. Si aquello no producía , como dijo Ramiro, “más que juramentos”

Posiblemente, por no tener otra posibilidad, la mayoría de la plantado fue pino pinaster, de mucha menor productividad y desarrollo que el piñonero. Aún así, desde hace bastantes años están saliendo camiones de troncos para “Interpanel”. No talan a hecho, sino entresancando, dejando los piñoneros y, sobre todo los carrascos.

Hay zonas, sobre todo en “Las Pegas”, junto a la dehesa, en que el carrasco está volviendo por sus fueros . Los pinaster se van secando, o talando y ahí, de nuevo el carrasco. Las futuras generaciones volverán a ver el Raso poblado de carrascos y pinos.

¿Y qué pasó con las cuatro o cinco mil hectáreas restantes?. Llegaron los tractores y las siguieron cultivando los poseedores, de padres a hijos, sin títulos ni más propiedad que la del uso. Hasta que llegó la Concentración Parcelaria.

Un trozo del Raso se concentró para los de Cotanes, otro para los de Villalpando y el restante para los de Villárdiga-San Martín. Cada quien se apuntó con las viesas que traía, se concentraron, les dieron las nuevas parcelas, y ya, con TÍTULO DE PROPIEDAD. Fue después de ésta, años 70, 80, hasta la PAC, cuando los nuevos dueños dejaron bastantes de estas parcelas sin cultivar, cuando el precio del cereal dejó de tener los precios exorbitantes de la posguerra. Aún, ahora mismo, se ven bastantes parcelas baldías.

¡Y menos mal que se plantaron los pinos!. Ha sido la forma de que la Mancomunidad conserve, aunque sea menos de una cuarta parte de “El Raso”.

Este pinar lleva años dando ciertos beneficios: de madera, de caza, algún escaso años, y hace muchos, de níscalos.

Ahora lo gestiona la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de C. y L:, quien se queda con un 15 % de los ingresos. El 85 % restantes se lo transfiere a la Mancomunidad. Luego, en cuanto al reparto entre los Municipios, también existen desavenencias.

Últimamente, dado que en la linde del Antiguo Monte de las Pajas., hasta el siglo XVIII “Monte Alto”, junto a la cañada que lo bordea, en el cruce con la N-VI (habría que investigar si ese “Monte Alto”, incrustado en El Raso, no fue segregado del mismo), se han construido dos restaurantes a los que les han puesto el nombre de Raso I, y Raso II, se está empezando a llamar, el Raso, a ese paraje.

Ese terreno, cruzado por la N-VI, de toda la vida, desde antes de nuestros abuelos, se ha conocido como “El Monte de las Pajas”, aunque, ahora, disgregado, pertenezca a varios dueños.

¡Pues eso!: a la Mancomunidad le quedan las 1.500 has de pinos y el derecho a pastar en el resto de tierras de labor, salvo, (¡quién lo iba a decir!) tres o cuatro regadíos, los pastores de sus pueblos.

Y, si sigue la política de ayudas a la forestación de tierras agrarias, verán nuestros hijos y nietos el Raso convertido otra vez en bosque, carrasco y piñoneros. En ello estamos.

2 comentarios:

estebanezmovilla@gmail.com dijo...

Buenas Tardes : Soy un Abogado de Prado que vive y reside en León. Le felicito por su insistencia y fuerza de voluntad con todo lo que hace. Un cordial saludo.

Agapito dijo...


¡Muchas gracias! Te conozco como tu a mí. Eres hijo de Germán y nieto de Aquilino.

Recibe mi saludo más cordial.