lunes, 2 de noviembre de 2009

EL DÍA DE LOS DIFUNTOS.

A pesar del título no voy a plagiar a Larra. Algo de crítica social podría hacer sobre los excesos florales a los muertos, y las escaseces de afectos a los vivos, pero prefiero traer a colación recuerdos.
La verdad es que el Cementerio está precioso. Cuán distinto de aquel pobre "corral de muertos", tapias de tierra, tumbas en tierra, cruces herrumbrosas,.... del Camposanto de mi infancia. Para recordar aquello transcribo unos párrafos de "Las Crónicas".
Noviembre, "dichoso mes que empieza con Los Santos y termina con San Andrés, cuando el vino nuevo, añejo es", llegaba con sus neblinas, su tristeza, los labradores en plena sementera, y las Novenas de Ánimas.
Era un mes lúgubre: el día de Los Santos y el de Los Difuntos los pasábamos en el Cementerio, casi toda la gente del pueblo.
Tenía pocos mármoles, y menos flores: si acaso algún crisántemo de las huertas. Humildes y garabeteadas cruces de hierro, que vendían en el Comercio Grande. En su base un óvalo para inscribir el nombre y la fecha, a mano con toscas letras de pintura blanca. El pequeño túmulo de tierra desprovisto de hierbajos. En casi todas lucían faroles, desde los más humildes, incluso los cuadrados utilizados en la cuadra, obra del Sr. Emilio, "El Hojalatero", a los más lujosos, comprados, incluso en el Bazar J, como los de mi abuelo.
Para los muchachos tanta concurrencia era una fiesta. Allí pasábamos el día jugando a las cartas sobre la pared de la fachada.
Era un mes lúgubre. Las campanas sin sin cesar de tañer a muerto en aquellos atardeceres plomizos. ¡Y la Novena de Ánimas, en San Nicolás, con el túmulo en el centro...!; y los cantos fúnebres, entre escalofriantes e ininteligibles del Sr. Macario, el organista... .
Y luego, la Novena de Ánimas en Las Monjas, más terrorífica aún, con calaveras brillantes, fémures y tibias sobre el túmulo; unas monjas de clausura invisibles, que cantaban desde el alto coro, encima del de ahora, enrejado de pinchos puntiguados,.... . Escenarios para inspirar a los románticos decimonónicos.
Las calles escasamente alumbradas, o a oscuras, cuando había restricciones o averías, llenas de barro. Las aceras, escasas en mal estado. Se hacía inevitable sacar el farol, o con mucha suerte, una linterna para transitar de noche por ellas.
En otra entrada, s. D. q., les contaré como se alegraba todo con el final de la sementera, la Novena de la Milagrosa, de la Purísima, las primeras matanzas y las bodas de los jóvenes labradores.

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