lunes, 9 de junio de 2008

RECORDANDO.

LAS FERIAS Y FIESTAS DE LA MADERA.
En el límite entre la primavera alta y el verano, cuando ya se habían cogido las algarrobas, las cebadas “pa segarse, y los trigos cereños, esquiladas que habían sido las ovejas, llegaban todos los años las “Ferias y Fiestas de la madera”.
Para los niños de antes, deseosos de tantas cosas, este acontecimiento anual nos llenaba de alegría. Era su preludio la llegada de “las barcas”. Nunca faltaba, desde Toro, aquella familia del Sr. Luis. Un hijo, clavadito al padre, menudo y hebrudo, quien ya venía de niño, sigue acudiendo en San Roque con su pista de coches de choque.
¡Qué ya ha venido las “barcas”!, (barquitos bipersonales de movimiento pendular, colgadas por varillas de una viga tranversal. ¿cuántas eran, cinco, seis?). Y la caseta de tiro al blanco, que también servía de vivienda a los barqueros: el abuelo, dos matrimonios y tres o cuatro chiquillos. Todos los muchachos corríamos a la plaza.
En aquella sociedad rural agrícola, las Ferias de la Madera, el 21 y 22 de junio, antes de la mecanización, de la masiva emigración, cubrían una necesidad: los pueblos tan poblados, llena de labradores la comarca, en esos días, previos a la recolección, se compraban las herramientas, los aperos, los útiles que, de puro viejos, se habrían de reponer.
Por eso venían con sus carros, al final pequeñas camionetas, los trilleros de Cantalejo. Llenaban de trillos la plazuela de las Angustias y el tramo entre ésta y la plaza. Trillos de gruesas tablas de pino, curvadas en la delantera, olorosas a resina, con sus incrustadas y cortantes piedrecitas, esquirlas de duro pedernal.
Llegaban arrieros de la próxima montaña leonesa con las tornaderas, rastros, bieldos y bieldas. Se instalaban en la plazuela de San Nicolás. Los que traían vigas, machones, puertas, lo hacían en la calle del Condado y de la Feria.
La plaza mayor, un hervidero: los toresanos con las guindas garrafales, los primeros perucos; puestos de venta de ajos, de hoces, guadañas, redes para los armajes de acarrear, sogas, trallas, varas de fresno,.... .
Venían los retratistas. ¿Quién no tiene una foto infantil montado en el caballo de cartón, con aquel decorado seudo-versallesco al fondo?. ¿Quién no posó, un poco temeroso, ante aquellas cajas de madera, sobre un trípode, esperando a que saliera “el pajarito”?.
Bajo los soportales del Ayuntamiento se instalaban los puestos de baratijas, repletos de brillante bisutería. También puestos de venta de gorros, sobreros mejicanos, de paja, chiflas, confetis,.... .
No podían faltar las casetas de tiro al blanco: humildes feriantes de la legua de sobadas y descentradas escopetas. Las tómbolas en las que los charlatanes organizaban subasta de papeletas para la rifa de la “cachaba” gigante de caramelo
Los dos días por la mañana había ferial de ganados, para vender o comprar la mula necesaria para la siega, la trilla y el acarreo.
Los carreteros sacaban a “exposición” los repintados y lucientes carros recién terminados, y los guarnicioneros los lustrosos arreos.
Las actividades mercantiles por las mañanas, las lúdicas y festivas por la tarde y primeras horas de la noche. Así el día 20, que había sido día de trabajo, puesto el sol la plaza se animaba, incluso podía haber “verbena” en El Paseo, hasta la una de la mañana, como mucho.
La novillada seria, en la “Plaza de Toros”, principal ingrediente del día grande, en la que eran lidiados, banderilleados y muertos a estoque, cuatro bravos novillos: despeje plaza, paseíllo, corrida de llaves, trajes de luces, cuadrillas, palco, barreras, sombra, sol, mulillas para el arrastre, manejadas por Riñones. No faltaba de nada, sólo que los trajes, alquilados; el ruedo no circular; los asientos de barrera, tablones sobre soportes de adobe, y el palco, para orquesta y autoridades, un tablado de madera con bancos y la bandera nacional festoneándolo. Pero era tan peculiar, tan distinta, tan entrañable aquella placita de toros del “Cubo el Palacio”.
Ni un año faltaba la vallisoletana compañía de comedias de Ángel Velasco en el teatro de “Los Mantecas”. Aquí actuó, siendo jovencita, Lola Herrera.
¡Los bailes!, el no va más de la fiesta: tres sesiones con entrada, cada día. Sesión “vermú”, a la hora que su nombre indica, la de antes, y la de después de cenar. En la pista de Torti, para mitigar el sol del mediodía, además de las enredaderas, ponían unas lonas de camión. En el baile de “Los Mantecas”, suprimían la sesión última para el teatro.
Los “señoritos” de la “Sociedad del Cine”, siendo aún nosotros niños, algunos años, traían orquesta hasta con “animadora”. ¡Tela!.
¡Qué buen recuerdo guardamos de los días de la feria!. El 22 por la noche terminaba la fiesta con la quema de fuegos artificiales. Cuando a las dos de la mañana, salíamos del teatro, y los feriantes ya estaban recogiendo sus bártulos, un sentimiento de tristeza nos invadía, pero nos quedaban la esperanza del año siguiente.
Un mal día ya no hubo más año siguiente. De ahí un acierto recuperar esas fiestas, en las que si no trillos y tornaderas, otras muchas cosas puede haber, incluida, si la huelga del transporte no lo impide, una charlotada.

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